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Denys Finch Hatton |
Hola.. hoy os muestro una vista del continente diminuto a vista de pájaro… o quizá desde el avión de Denys Finch Hatton. El aviador volaba de una punta a otra de África, al igual que algunas intrépidas aviadoras como Beryl Markham (os recomiendo vivamente su precioso libro Al oeste con la noche, una crónica magistral, de gran calidad literaria, de los años que pasó la autora en África). La valentía y el amor al peligro de estos pilotos verdaderamente nos causan asombro. Debemos tener en cuenta que en aquellos años (primeras décadas del siglo xx) existían en el continente africano amplias zonas sin explorar, de modo que constantemente sobrevolaban parajes jamás transitados por el hombre blanco (afortunadamente para la vida salvaje). Lugares en los que un aterrizaje forzoso podía significar la muerte lenta a miles de kilómetros de cualquier forma de ayuda.


Pero todo eso lo desprecia el cazador, preocupado únicamente en guardar una cabeza seca, sin vida, polvorienta y con ojos de vidrio, como testigo forzoso y ya definitivamente mudo de su bárbara hazaña.
Como decía magníficamente el poeta surrealista francés René Char, «un ciervo cazado ya no es un ciervo, es un animal muerto». Os recomiendo la lectura de sus poemas.
En los primeros años del siglo xx, eran numerosas las cacerías africanas de los ricos europeos y norteamericanos. Bueno, no ha dejado de ocurrir, recordad la lamentable cacería del ex rey de España, con ese bello elefante desinflado como un muñeco tras él, apoyado contra el tronco de un árbol en una absurdo intento de hacerle recuperar el esplendor que sólo su corazón latiendo podía otorgarle. Y me duele poner esta foto por la indiferencia al sufrimiento que delata, por la arrogancia estúpida de los cazadores, pero es que no debemos olvidarla.

Como un apunte de esperanza, también la tecnología puede jugar un papel en la salvación de la fauna salvaje, como el uso de Google Earth y drones para preservar la vida de los elefantes africanos, entre otras iniciativas conservacionistas.
Desde que fue descubierto por Occidente, el suelo africano sólo ha padecido la explotación y el pillaje más descarnado. Queda sólo en la memoria colectiva la imagen de lo que fue: un espacio sin límites, lleno de junglas misteriosas con una fauna exuberante, una diversidad de ecosistemas sin igual en el mundo. Un edén salvaje e inexplorado al que intenta rendir tributo esta diminutopía.
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